Él la miraba como si fuera una obra de arte…
La deparaba punta a punta con sus ágiles dedos, aunque durante el proceso era consciente de las pequeñas imperfecciones que apocaban su esplendor.
Y eso le gustaba, la hacía totalmente perfecta. Sus colores diluidos por los años, algunos rasgados que más parecían cicatrices del tiempo, sus pinceladas trastocadas por la ausencia y ni hablar de ese poder enigmático que aunque no sabía qué significaba, no podía dejar de mirar.
La miraba sin pestañear. Desde el día a la noche, desde sus delgados cabellos hasta el alma, la miraba y no podía dejar de pensar que sólo ella podría ser la pieza perfecta para ponerle fin a su colección. No sabía qué hacía esa joya en su colección. Se preguntaba para sí mismo cómo era posible que hoy la tuviera entre sus manos, le parecía absurda la idea de pensar que nadie más la notó.
Pero ella no era otra obra de arte cualquiera, de esas que cautivan en noches de bohemia y se adquieren a desdenes como en una transacción. Ella era ese tipo de arte abstracto que muchos botan porque no entienden, y otros ignoran porque cansa y a simple vista parece imposible de descifrar, pero de esas que una vez amada no puedes soltar.
Él la miraba despacio y en silencio. Respiraba su esencia, sentía su textura, comprendía su valor. Él la miraba como si ella fuera arte, ese arte que muchos ignoran pero que él sí comprendió.
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Buenas descripciones de ella, y de él que la mira y cae arrobado, Texto claro, sencillo. Abzos y rosas.
Muchas gracias por leerme Ruben, un saludo 🙂