Parece que estoy rodeada de mucha gente pero soy de muy pocas amigas. Las de la vida. Del resto se puede decir que soy una persona sola. De las que no tienen problemas para ir a una cafetería repleta de gente y sentarse sola en una mesa mientras se bebe a sorbos silenciosos el todo y la nada; o de las que se pasean por las calles mientras camina sin prisas hacia ningún lugar. Esa soy yo.
Me he tomado tan a pecho la soledad que, sin quererlo, se ha convertido en una necesidad en mi vida. En un antídoto, un cuarto secreto al que necesito huir cuando hay mucho ruido y yo quiero gritar. Cuando necesito gritar.
Me encierro conmigo y no me dejo salir. Miro a mi soledad pero no hablamos. Es nuestro trato pactado. Cierro los ojos y me sumerjo en una nada infinita que vendríamos a ser yo y mi soledad. Dos compañías que en realidad son una. Dos compañías heridas, agotadas o simplemente hastiadas que necesitan apagarse de a poquito para volverse a activar.
La soledad es eso en mi vida, una llama. Una puerta de entrada y una de salida. Un tunel oscuro que al fin parece estar lleno de color. El lugar para encontrarme cuando me ensordecen las voces del mundo, el lugar donde puedo gritar o callar.
Parece que estoy rodeada de mucha gente pero en días como hoy necesito estar sola.
Deja una respuesta