La vida se basa en decisiones; decisiones que tomamos todos los días, decisiones buenas, decisiones malas… todas son elecciones!
¿Qué pasa cuando la vida te da señales de que la decisión que tomaste no era la mejor?. Hoy, precisamente, no estoy muy animada, ni mucho menos estoy terminando el año de la manera en que esperaba. Hoy esperaba escribir otro post, uno más jovial, más alegre, quizá en torno al año que se va y el que nos espera y lo que significó este año en mi vida, pero hoy creo que no tengo ese brillo en mis palabras.
Por eso, escribo sobre esto: las mágicas, fatídicas, obstinadas y bendecidas decisiones, que, sin querer nos condicionan la vida de maneras que sólo podemos entender cuando comienzan las consecuencias.
Tomamos decisiones desde que nos levantamos, desde que escogemos con qué actitud queremos despertar, desde que elegimos cómo asimilar y aceptar los gestos, las palabras, las acciones de los demás, y cómo actuamos nosotros mismos hacia nuestra propia vida.
En mi caso no culpo a nadie, estoy viviendo exactamente el peso de la decisión que tomé. Como dicen, en la vida todo es un causa y efecto, una acción que provoca reacción, una decisión que trae sus consecuencias. Pero bueno, como premio de consolación diré que en la vida valen más los riesgos que los miedos, y en arriesgar… si que soy una experta.
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